Dónde haya mar... estará mi esencia.

Dónde el agua exista,
concurrirá entonces un espacio diseñado para mi esencia,
un velo de espuma blanca en una orilla,
la fuerza y el ímpetu del coraje de la constancia,
la luminosidad de colores que mueve las fibras del alma,
cercanía y lejanía hecha horizonte.
Dónde exista el agua,
habrá un espacio vital de vida en mi esencia humana.
Donde existe la fuerza de un sentimiento,
existirá entonces un mar dónde regresar en cada instante
para oír el silencio, oler el viento, sentir la bruma,
y el chispear con que te despierta cada ola al estallar en la orilla.
Habrá una cascada plisada de esencia en un horizonte dónde acoplar mis ansias.
Río, cascada, lago o mar, principio y final de la vida misma,
dónde encuentro al sentarme en el acantilado el sabor del aire
y al cerrar mis ojos en un suave erguir el rostro,
siento el roce del viento hecho gotas de vaho.
El olor del viento que sabe a sal
y oigo las campanas sumergidas bajo el manto azul de sus aguas.
Sonidos del vacio, el viento y de olas.
A ese mar rindo un ojibi, entregada a su herencia infinita de vida,
en una fuerza interior que despierta en cada amanecer
convertida en promesa a un emprender el camino
en la gran vereda llamada vida, cada ocaso me enseña a meditar
y ser agradecida por lo que retuve por instantes en mis manos.
Es la hora de reposar las ansías y cuerpo,
dejando a la noche ser mi llenador y reparador de energía.
Junto a tu orilla, sentada sobre tus faldas me has enseñado de abrazos
de colores y poesía, pensamientos y encuentro.
Mirándote desde lo alto del mirador
me brindas la sabiduría de la constancia,
el guerrero silente que llevamos por dentro.
En ti he aprendido sobre el lenguaje tácito,
mirando el cielo aprendí a saber de tus sentimientos
Aprendí a saber cuando estas sosegada,
cuando envuelves engullendo a tus entrañas
Cuando sueltas la rabia hacia la orilla,
o cuando sientes revolución interior mientras el manto
azul parece sereno y calmo.
Cuanto enseñas a quien te mira como esencia y fuerza de vida.