lunes, 25 de febrero de 2008

Un grito en las Aguas de mi Ser....

Cuento Participante en el Certamén "Cuentos del Agua"
Expo Zaragoza 2008
Aquel día desprendió la esencia del sentir, no palpitaba más en mis entrañas, como fuentes abiertas la vida me arrebato aquel pedacito de sueño y amor, de mis ansias, el éxtasis pleno de sentir su cuerpo dentro de mí.
La lluvia arreciaba ferozmente en la noche vestida de intimidad, un cordón unía aquel pedacito de alma y cuerpo, que broto de mi cual rocío de plata. En medio de la tormenta mis miedos, arroparon su cuerpo tibio y desprotegido, la luna oculta entre reojos, contemplaba la vida brotando desde mis entrañas.
Su cuerpo infinitamente pequeño entre mis brazos, me hacia sentir plena, sentí irrumpir de un anonimato, para tan solo ser alguien especial. La noche oscura se hacía impenetrable, más el llanto rompió la calma de una tormenta que iba amainando, aún los rayos resquebrajaban la oscuridad intensa de una noche carente de estrellas.
Impregnada de olor a tierra húmeda en aquel vislumbrar de una casa de piedra y techos rojos en medio de un bosque.
No recuerdo en que instante de mi vida, me sentí más en equilibrio. De pequeña mi madre siempre me decía que después de una tormenta viene la calma, yo entre lecturas bíblicas, leí que un Arco Iris sello un Pacto de Amor entre el Hombre y Dios.
Y esta noche en medio de esa tormenta que alimenta la tierra misma y dónde la intensidad del rayo alumbra con furia la oscuridad, vi nacer mi promesa de Amor, advertí la vida brotar en fuente de agua y abrazarla con la humedad de su cuerpo ensangrentado aún. Un instante de intenso dolor, disminuido por el placer de tener en mis brazos el hijo anhelado.
Creo que ambos dormitamos. Cuando el roce de una mano me despertó acariciando mi seno en busca de aproximar su boca, tratando de beber el néctar de la vida. Me incorporé aunque aún adolorida, mi cuerpo sudoroso, más intensamente extasiado con el instante, busque un lienzo blanco y lave mis pechos, y como mágico santiamén mi hijo cual cachorrito, acabado de nacer apresuraba sus ansias de comer.
¡Dios que hermoso! Mi mano le acariciaba tratando de verlo en todo su esplendor, sus manitas pequeñas, sus ojos aún cerrados, su boca estrujándome bebiendo de mí.
Recordé a Suki, el día que pario a sus cachorros, en medio de una noche muy similar, su desespero en liberar la bolsa dónde permanecían sus pequeños con sus dientes, y sin que no terminara con uno, no desentrañaba el otro amparándolo en su espacio interior.
El alba rompía, la llanura verde intensa, las aves revoloteaban y el trinar de las aves, era el marco perfecto de aquello que mi Madre siempre me repetía.
El sol rasgaba entre naranjas el cielo, la luz iba penetrando mi alcoba aún impregnada de la humedad de la noche.
Yo y mi Emmanuel, así le puse a mi hermoso varón, ambos en plenitud de intimidad. El miedo ya no tenía cabida en mi espacio, las horas eran ansiadas en la llegada del ser, que hizo posible esta semilla de Amor.
De pronto sentí llegar a José mi amante esposo. Sentí sus pasos uno a uno correr a la alcoba, la puerta entreabierta, con suavidad fue abriendo mientras su cabeza se asomaba cuidadosa en sigilo mil miradas orgullosas
· Mi ángel la tormenta me demoro, Dios como no llegue a tiempo, hice lo imposible.
· Tranquilo José, aquí estuvo lloviendo copiosamente toda la noche, incluso temí entre los rayos, pues sabes que les temo. Pero al fin la providencia hizo el instante mágico, ya no recuerdo el dolor ni el temor.
· Dios que hermoso es, como te sientes, mi ángel.
· Creo que se parece a ti, mira sus manitos, sus ojos aun no distingo el color.
Lo tomo con inmensa sutileza, lo coloco en la cama, y comenzó la requisa cual padre extasiado, creo que se parece a mi Padre, no como que se parece a mi cuando pequeño. Aunque la nariz es la tuya. Así se iban hilvanando mil parecencias en el gran árbol genealógico. Sus ojos brillaban cual farolas, el pecho parecía brotar entre tanta agitación.
· Pensé que no iba a llegar, los trabajos de la autopista colapsaron y el agua parecía buscar su camino, se llevo algunas casas.
· Bueno siempre es lo mismo, parece que los ingenieros se olvidan que las aguas buscan siempre su camino.
· Pero dime mi Ángel ¿Cómo te sientes?, mientras venía llame al Dr. Hilario, para contrale, me dijo que vendría lo más rápido que pudiera.
· Me siento bien, tan sólo preciso asearme, no me he movido pues no quería dejar de contemplar nuestro hijo.
En ese diálogo íntimo, la mañana fue abriéndose camino al sol, se podía evidenciar una hermosa mañana. Penetrando sus rayos tras la ventana, iluminando la cuna en la cual dormía Emmanuel.
Poco a poco esas imágenes fueron quedando cual borrascas en la memoria, Emmanuel fue creciendo y en instantes me sorprendía verle correr entre los campos verdes, yerbas, jugaba en el fango, en la lluvia, eran dos elementos inseparables.
Cerca de la casa teníamos un río, cual paraje idílico, una fuente que caía de una montaña, nos servía en días de intenso calor para servir de ducha clara, agua fresca, el susurro de sus aguas eran algo que me transportaba en esencia, la brizna que emergía de su caída, se convertía en frescor de piel, era muy sabroso permanecer junto a esa fuente en días donde el sol se hacia sentir presente con furia.
Siempre me sentaba después de las lides hogareñas en la roca que me atreví a bautizar como Sueño de Luna, pues cuando la luna llena se abría en la inmensidad de la noche, cubría con intensidad su cuerpo. No era por arte de magia, sino que los árboles, tapaban sus alrededores y místicamente ella permanecía iluminada.
Existía un magnetismo entre Emmanuel y la lluvia, creo que debido a la noche de tormenta en la que nació. Pero siempre me asombraba de su deseo de atravesar el rio sin miedo, y detenerse en medio de él, olfatear el aire y decirme:
· ¡ Vámonos Mamá, va a llover ¡
· Uhm Emmanuel, ¿ahora me dirás que eres meteorólogo? Ni los de la Tele aciertan.
Pues no me quedaba de otra que tomar la canasta de la merienda e irnos para la casa, su intranquilidad era constante y manifiesta. Creo que los miedos se Transmiten.
En lo que llegaba, se montaba en la silla y comenzaba su cuenta regresiva y aún me negara a creerlo, el sonido de la lluvia se iba asomando y sin dar por ella el cielo se oscurecía y arreciaba la tormenta.
Sentía sutileza en lluvia suave, salía al terraplén y jugaba con el barreal, pero en las tormentas sentía estupor y miedo, como si algo dentro de él le amenazara.
Un día le pregunte porque de su temor. Y el me decía que temía al río. Que sus aguas buscarían su propio camino. Yo le dije que estuviera sosegado que eso no sucedería.
Aunque no entendía, como le gustaba estar dentro de sus aguas, adoraba bañarse debajo de la fuente, pero cuando su lecho crecía el comenzaba a temblar.
Esa tarde cuando José llego a casa, una vez más le insistí con el tema. Creo que como hombre de carretera, no le dio importancia y me dijo puede que tenga miedos de cuando nació, seguro tú tuviste miedo y él los asimilo.
El día que cumplió 10 Años, invitamos a los vecinos y amigos allegados, a los demás muchachos y celebramos en grande.
Era gracioso siempre llovía la noche anterior, nunca me preocupe por el día en si, pues que recuerde siempre el alba se abría en un prometedor día soleado.
El último en llegar de los que asistieron era Don Jacinto, un viejo muy bonachón, tez blanca con sus grandes y pobladas barbas, cuando se le invitaba en vísperas de Navidad vestía el traje de San Nicolás y repartía los regalos que les dábamos a los niños, nunca nadie dudo de la existencia, pues los más picarones le jalaban las barbas a ver si eran reales.
Debajo de Araguaney, me senté con él y hablaba de lo mucho que quería a Emmanuel, que era un niño peculiar que cuando iba al colegio siempre entraba en la bodeguita a saludarle.
Entre conversa amena y exaltación de mi hijo, le asome el miedo particular que el manifestaba con las tormentas y su insistencia en el temor del río, el me miraba y me dijo:
· Es normal su temor, por aquí los viejos como yo respetamos su furia.
· Don Jacinto, ¿Cómo le pueden tener mido a ese río hermoso que cae en cascada? Además con el lecho tan pequeño que tiene, que daño puede hacer. Por años he ido a su cauce, para tomar agua clara, me he bañado debajo de la cascada, no creo lógico tenerle miedo.
Con voz muy locuaz, se sonríe y me dice.
· Mi querida amiga, no siempre fue así, todas estas tierras estuvieron cubiertas como lagos por sus aguas, ves aquel llano de tierras pantanosas, que sin motivo alguno están siempre húmedos, pues ellas son parte de su ramal. El agua se fue recogiendo y jamás fue lo suficiente para volver a cubrirnos, así que fuimos construyendo y replantando el sembradío nuevamente.
· Don Jacinto, ¿cómo es posible entonces que se haya permitido construir a las márgenes de lo que fue el paso del río?
Salto en sonrisa y con un no asentado con la cabeza.
· Acaso alguien pidió permiso para construir, no amiga mía aquí fuimos tomando tierras, construyendo y formando un pueblo pequeño.
Lo que no entendía era como Emmanuel en su pequeñez, decía que el río volvería a su cauce.
Pasado un tiempo y muchas lunas, un día, la noche comenzó a caer, las aves de manera irracional comenzaron a volar como jamás las contemple. Emmanuel parecía entender el sonido de ellas, lo que decían, corrió al pórtico se puso en puntillas. Corrió apresuradamente, mientras gritaba.
· Oye mamá, lo oyes.
Me asuste de ver la excitación de Emmanuel le ataje, lo abrace y le dije, no tengas miedo mi ángel, nada malo va a pasar.
· Que si Mamá, el río esta gritando, y va a llover. No hueles la lluvia. Vámonos.
No se que debía hacer, le pregunte dónde quería ir, me dijo “Dónde no vea piedras en el suelo.”
Quede tiesa, ya comenzaba a preocuparme, ahora si me parecía oír el río, la brisa que siempre entra por la ventana de la sala dejo de correr, es como si todo confabulara a mis miedos.
Tome el bolso, y me fui a casa de Don Jacinto, al llegar vi que el guardaba sus aves, y le pregunte si podía entrar, con voz ronca me dijo:
· Uhm, Emmanuel también lo sintió.
De pronto Don Jacinto se acerco a Emmanuel mientras sus manos acariciaban su cabeza, recostándola a su cuerpo.
· Si Sr. Jacinto, el río esta bravo, la corriente hace revuelo.
· Ok, tranquilo que estas en tierras sin piedras.
Esa frase despertó temor en mi, la misma que mi hijo me había dicho instantes antes, “Vamos dónde no vea piedras en el suelo”, no entendí pero de seguro que temí esa similitud.
Que tenía que ver las piedras del camino con el río. Si por dónde quiera hay ´piedras. Ese diálogo consentido a dos me estaba produciendo molestia. Ya no sabía si molestarme, irme a casa pues José no tardaría en llegar o tan sólo quedarme allí.
De pronto un sonido estruendoso y un trueno rasgo de lo alto del cielo, los goterones comenzaron a caer, cual piedras de agua, la piel se me erizo, me cubrió el miedo pronto, ese día remembre el día que nació mi hijo, la lluvia era intensa e igual. El día se oculto de pronto ante un cielo oscuro.
La lluvia golpeaba los ventanales, Emmanuel no se abrazo a mí, sino a Don Jacinto y el lo sentó junto a él, encendió su pipa y en su mecedora, se reclinaba tranquilo.
Realmente no entendía nada de lo que estaba acaeciendo. Me asome a la ventana para divisar por entre el camino de piedra, muy cerca del río.
Otra vez el cielo se partía en dos, la furia del viento era intensa y aullaba entre las ramas, era capaz de arrastrar todo lo que ligero estaba en el campo abierto. En cada segundo la furia de las aguas parecía no detenerse, el rugir del río me penetraba los oídos y corrí también a sentarme junto a los únicos seres que estaban junto a mi.
Don Jacinto tomo mi mano y con voz fuerte pero suave me dijo:
· Tranquila María, aquí estarás a salvo
Lo mire como buscando respuestas, estaba apabullada, no recuerdo una noche similar, y menos haber oído a alguien contarme una historia ocurrida.
· ¿Por qué sus miedos Don Jacinto, no lo entiendo?
· María como explicarte, algo que solo dentro de lo divino tendrías respuesta, Emmanuel es un niño especial, tiene los talentos como las aves mismas, que emigran ante el advertir del peligro, como los peces que se unen formando una gran nube ante el asecho de un depredador.
· Pero sigo sin entender, el porque de sus temores, y mírelo ahora duerme en sus brazos, como nunca lo suele hacer en noches así.
Se sonrío, golpeo mi mano, como confortándome también, se incorporo con Emmanuel en Brazos, me dijo que me sentará en aquella mecedora, y al hacerlo puso a mi hijo sobre mi regazo. Toco mi hombro y entonces me dijo:
· Bueno María este tranquila nada les pasará. Haré un café pues la noche será muy larga y el insomnio nos mantendrá en vigilia.
· Don Jacinto estoy preocupada por José no sabe que estamos aquí, si llega a casa se inquietara de no vernos.
· María creo que esta noche que aún comienza no llegará, pues José es camionero de crianza y sabe que ante una tormenta así, tan sólo debe guarecerse, y de no ser así, Miguel el de la estación de Gasolina, siempre cierra el camino al pueblo, con sus señales habituales de alerta.
· Sí, algo así me ha dicho José, creo que tiene que ver con que su Padre murió en un accidente en una noche de inmensa tormenta.
· Así fue María, una noche exactamente como esta.
Me sentía sosegada, pero sin respuesta a lo que estos tanto respetaban, tal vez en Don Jacinto pudiera entenderlo, el era uno de los mas viejos en el pueblo, pero en Emmanuel no podía deducirlo.
De pronto, se oyó un rugido ensordecedor, gritos que arreciaban en los oídos, quise correr a la puerta para ver que sucedía allá fuera, pero el brazo fuerte de Don Jacinto me detuvo. Tomo a Emmanuel entre sus brazos me rodeo por encima de los hombros, y me dijo que no saliera, pues en nada podría ayudar.
· No, María, no lo hagas, lo que tiene que suceder nadie lo detendrá, ya el rio rasgo la piedra y sólo queda que sus aguas se asienten.
· Que sucede Don Jacinto, que fue ese sonido que hizo temblar el suelo, que tiene que ver las piedras del camino que dicen ustedes, no lo entiendo.
· María simple, las piedras del camino, tan sólo indican el curso del agua, por dónde paso inicialmente el río. Recuerdas la represa dela cual nuestros campos se riegan, ella modifico el curso de las agua, deteniéndolas, lo que hoy es el rio, tan sólo es un ramal interno que sale a la cima, como si libertara la furia de haberle apresado.
· Don Jacinto y las demás personas del pueblo, cercanas a mi casa. ¿Qué pasará con ellas?
· María, no podemos hacer nada, a no ser que desees poner en peligro la propia vida de tu hijo, ten la certeza que muchos ya subieron a la montaña, no salí a apoyar a los demás, pues tenía la certeza de que Emmanuel correría aquí.
No puedo explicar la paz que sentía en aquel abrazo, pero de igual manera temblaba de miedo, la noche no parecía concluir, ni la furia de las agua amainaban, el cielo se rajaba entre truenos que se oían mas cerca y el resplandor de cada rayo era más intenso y seguido. El río rugía de manera extraña como se engullera todo a su paso.
Nos sentamos y creo que dormite por instantes, pero cuando tome consciencia de mi, el olor a café y desayuno era intenso, mire hacía la cocina mas no vi a nadie, una nota sobre la mesa. Emmanuel dormía placido, me levante, tome la nota y leyéndola nuevamente temí.
· “María mientras duermes, sabiéndote a salvo, me voy junto a los demás, para tratar de ayudar a quienes estén en peligro, seguro muchos atrapados por las aguas aún estén a modo de poder rescatarlos. Tan sólo te pido que te alimentes tú y Emmanuel, y no emprendas el regreso a casa, pues no estará muy accesible aún. Mitad del pueblo quedo sumergido por las aguas, trata de cuidar a tu hijo. José esta en camino y a salvo, mi buen amigo Miguel como siempre lo hace, alerto a los del camino. Es hora de que los hombres hagan lo debido, ante la sordez de nuestros gobernantes. El agua de un río alimenta los valles, forma parte del ciclo de la vida, ella no destruye, tan sólo regresa a sus orígenes, el hombre en su codicia desmedida, pretende ser dueño y Señor de lo que no le pertenece. Una vez más mueren personas inocentes, por la desidia del hombre mismo. Por más que unos pocos griten sobre el respeto a la Naturaleza, otros tan sólo omiten ese principio real.
Por más que digas y te hagas eco de las fuerzas mismas de la tierra, quienes pueden cambiar el curso de muchas desgracias, tan sólo se harán los sordos a su justa conveniencia.
Seguirán moldando la tierra, cambiando el curso del agua, embalsando represas, construyendo rascacielos, sin percatarse que su mayor enemigo no es la Naturaleza que mantiene el equilibrio, sino cada uno de las cosas que fabricamos nosotros mismos.
Descansa no pretendas ser heroína de otros, en este instante se quien proteja a tu hijo, José se unirá a nosotros para apoyarnos, Miguel ya le alerto, para cuando despiertes, ya deberían estar los Bomberos y defensa civil en las tareas de rescate. Decirte que estés tranquila, es algo que no pretendo, sólo se sensata y has lo que digo. Un Amigo.
Con el paso de las horas, llego José, entre sollozos me abrazo, y sin que me dijera algo intuí que lo perdimos todo, él y Jacinto estaban agotados, sus ropas no tenían color, estaban cubiertos de fango. Se despertó Emmanuel y corrió a los brazos de José. Y con voz de dormilón nos hizo estremecer.

· Papá viste, cuide a Mamá, sabia que el río se tragaría nuestra casa, le oí rugir fuerte, y vi como los pájaros se alertaban y corrían.
· Gracias mi Ángel por cuidarla, así es, cuando Papá no este, ya sabré que un gran Hombre cuida de Mamá.
José me abrazo y mirando a Don Jacinto, le agradeció habernos cuidado y guarecido en su casa.
· Cómo darle las gracias Don Jacinto, por cuidar de ellos.
· No te preocupes José hice lo que siempre vi hacer a mis Padres en momentos así. Mi casa hasta que ustedes restablezcan la vuestra es de ustedes también, será un Honor para mí tener a Emmanuel por compañía.
La solidaridad de un pueblo que se une ante las desgracias, fortalecen lazos que nadie ni nada pueden destruir. Don Jacinto nos abrió las puertas, no sólo de su casa, sino las de la hermandad. Con el tiempo las aguas tomaron su curso, una vez más impuestas por el hombre, a pesar de que hayamos hecho mil protestas, el poder siempre prevalece ante la razón y los reclamos de un pueblo que vivió en carne propia el dolor de la perdida,
Tan sólo nosotros aprendimos la lección, levantando nuestras casas en suelo sin piedras, aguardando con el paso del tiempo nuevamente una noche dónde el rugir de las aguas, el gorgoteo de la tierra y el estallar de las rocas, en una noche de copiosa lluvia, vuelva a marcar un estigma en nuestras mentes.

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